Soy Máximo Cuento. Busqué la plaza Soledad por todo Buenos Aires, sin éxito alguno, para mi que fue una broma de Manitos, y lo vuelvo a llamar así porque estoy muy enojado con él. Días y días buscando para nada, voy a escribir un artículo hablando mal del espiritismo, no se nada el tema pero igual voy a hacerlo, de cualquier manera descubrí una casa de esta Buenos Aires que no conocía, me enfrenté a una ciudad anárquica, sin ley ni buenos modales, un lugar fétido, mal oliente y desvergonzado. Las estaciones de trenes son antros de prostitución y droga, de mal vivientes y gente sin hogar, el tránsito peatonal es sucio y mal educado y los autos y micros y otras yerbas hacen lo que se les viene en gana, el derroche de agua que se utiliza para el lavado de veredas es criminal y no hay vereda que no tenga baldosas flojas. Fue una tortura andar por estas calles, estoy cansado y lleno de bronca. Ahora estoy frente a la catedral metropolitana, solo una vez, en mi juventud había entrado en ella, estuve apenas unos instantes porque comencé a sentirme mal, para mi, casa ladrillo de la construcción estaba salpicado de sangre inocente, era inquisición y muerte, tabú, dogma, y disparate. No sé por qué me sentí tentado de entrar, lo hice y es acá cuando comienza lo que quizá fuese mi última historia como humano, la revelación absoluta de mi estado de conciencia y el llanto derramado por tantos años de erraticidad. También la luz.
Dentro del recinto estaban todos los miembros de la escuela, Elsita me dio la bienvenida dijo lleno de emoción pasé, lo primero vi fue a la Yuyito repartiendo jazmines, en el altar, Chapaleo y dos monaguillos, Isidorito y Petete se disponían a iniciar una ceremonia religiosa, por otro lado estaban La Dibu, Bomafide y el resto e profundo estado de meditación, uno de los pañales de mamá Cora me dio en la cara y caí en letargo profundo, cuando desperté me hallaba en la Plaza Soledad.
La plaza era inmensa, hectáreas y hectáreas cubiertas de tumbas en donde reposaban los esqueletos de aquellos que tuvieron que ver con el devenir histórico, como en una vidriera de cambalaches discepolianos se encontraban los esqueletos de Julio César, Atahualpa, Cleopatra, Belgrano, Hitler, y otros tantos, tres colores distinguían a los huesos, el negro, el amarillo, y el blanco. El olor a podrido se mezclaba con una suave fragancia a limón. La tierra de la plaza era roja y algunas fuentes emanaban sangre y otras lágrimas, no había aves ni césped, cientos de árboles petrificados y sin hojas era lo único que adornaba el paisaje, jamás había visto árboles de arterias por los que corría una resina azul,