Dios, es el creador, no perdona, no castiga, en su infinita bondad y sabiduría, sólo puede dar.
Pero El Creador, perfecto en sus leyes inmutables, no puede trasgedir esas leyes y deja en manos de la ley al trasgresor. Es a la ley a quien rendimos cuentas y es la ley quien prepara a cada uno su propio infierno.
La sabiduría judía, tiene como emblema a La Torá, (la ley) el cristianismo centra su doctrina en la figura de un hombre quien dice ser Dios mismo. Este profeta llamado Jesús, muere por nuestros pecados y por eso debemos rendirle pleitesía. La vanidad del hombre lo lleva a necesitar creer que el mismo Creador bajó a la tierra para morir por él. Un padre no muere por sus hijos y lo hace herederos de una culpa constante, un padre vive por sus hijos y allana el camino de culpas, porque la culpa paraliza y mata. Para que querría bajar el creador a la tierra si, él mismo, la plagó de leyes? Cada día que vivimos nos ponemos en manos de esa ley y no en manos del que no cesa de crear. Es la ley quien le habla a Dios de los pecados de los hombres. La Ley es tan sagrada e inmutable que una persona podría ser atea y vivir no creyendo en el creador, pero jamás podría vivir sin esa ley que es la que a través de las distintas encarnaciones lo lleva irremediablemente a evolucionar hasta lograr la perfección que siempre será incompleta porque el hombre será profeta, pero jamás Dios.
JUAN CARLOS SELVA ANDRADE
Suscribirse a:
Entradas (Atom)